¡Ella me necesita, carajo!
Me necesita no aquí,
sino allí,
en sus senos,
en su espalda,
en sus manos,
en su cabello,
en sus piernas…
¡ella me quiere tocar!,
no me quiere escribir,
no me quiere llamar,
no quiere verme en línea,
quiere verme de frente,
quiere sentirme,
quiere saber a qué huelo,
qué tan cafés son mis ojos,
qué tan ronca es mi voz,
qué tan alto soy,
qué tan rasposa es mi barba.
A mí no me vengan con esa mierda
de que mientras haya amor,
la distancia no importa,
porque quien lo diga entonces no ha
amado lo suficiente como para llegar
a este nivel tan enfermizo;
le hace falta amar con todas las fuerzas;
porque nadie sabe lo que yo haría por estar amaneciendo en este puto momento con ella;
porque nadie sabe lo que daría por
sentir su mejilla en mis pezones,
porque nadie sabe ese coraje y esa impotencia que se siente no poder tocar su carne,
y que se le queme,
y que se le desgarre.
¡Maldita distancia!,
me las va a pagar,
me voy a salir con la mía,
y cuando esté con ella,
voy a maldecir cada pinche kilómetro,
y mientras le haga el amor,
voy a hacer que cuente uno a uno
cada día que no estuvimos juntos;
que los diga en voz alta,
que los grite en sus orgasmos;
y va a llorar…
juro por mi vida que va a llorar;
voy a sangrarle los labios,
voy a destrozarle el sexo,
voy a lamerle todo el cuerpo,
voy a arrancarle la piel con mis uñas,
voy a olfatearla hasta que se quede sin olor
porque todo lo voy a tener yo en mis narices;
voy a hacer que toda la espera,
haya valido la pena.
—Amor, teníamos una vida juntos.
—¿Qué nos pasó?
Esa vida ahora nos resulta tan fría y lejana. La simple idea de regresar nos estremece los huesos y nos sacude violentamente el corazón que tan lleno de nieve lo tenemos.
Quiero decirte que el sabor dulce del vino fue perfecto aquella noche en donde nuestros cuerpos colapsaron y de esas chispas se creó un incendio universal.
Sé feliz en invierno y en verano. Sé lo que quieras ser, pero sígueme amando, para que cuando menos te des cuenta, esté abrazándote por la espalda y susurrándote al oído: te olvidaste de que el mundo es redondo, tontita.
Y sonriamos juntos.
Mientras tanto, seguiré analizando cada una de las coordenadas que me da la noche para llegar a tu estela. A tu lugar. En ese que hace ni frío ni calor, que abriga y me dice que todo estará bien, aun sabiendo que he pasado toda la vida perdiendo.
—Cariño, ya no quiero seguir siendo un perdedor.
—Bésam…
Y antes de que terminara la palabra, terminé la oración con un beso en el cual le decía: te voy a querer en todas mis vidas, sé que la muerte lleva el color de tus labios.
—Por favor… Despierta. Abre los ojos. —Me pegó unos golpes en el pecho, dicho sea: mi corazón ya había dejado de latir.
Yo ya me encontraba mirándola a una distancia abismal, viendo cómo la tormenta cernía sobre ella, mientras ella estaba acurrucada sobre mi cuerpo sin vida. Aquel paisaje me pareció el más triste que jamás había leído en ningún libro.
—¿Por qué te fuiste?
—Sigo esperándote en tu próxima vida.
Esa tarde, a las cuatro en punto, el viento barrió algo más que su tristeza: mi recuerdo.
Morí por segunda vez.
Para siempre.