Archivos Mensuales: May 2018

Ten la certeza de que hay algo mejor. Siempre hay otra opción, siempre hay otras puertas. Enfócate en crear, en accionar hacia adelante, lo vas a pasar.

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Ten la certeza de que hay algo mejor. Siempre hay otra opción, siempre hay otras puertas. Enfócate en crear, en accionar hacia adelante, lo vas a pasar.
Maldita distancia;

¡Ella me necesita, carajo!
Me necesita no aquí,
sino allí,
en sus senos,
en su espalda,
en sus manos,
en su cabello,
en sus piernas…
¡ella me quiere tocar!,
no me quiere escribir,
no me quiere llamar,
no quiere verme en línea,
quiere verme de frente,
quiere sentirme,
quiere saber a qué huelo,
qué tan cafés son mis ojos,
qué tan ronca es mi voz,
qué tan alto soy,
qué tan rasposa es mi barba.

A mí no me vengan con esa mierda
de que mientras haya amor,
la distancia no importa,
porque quien lo diga entonces no ha
amado lo suficiente como para llegar
a este nivel tan enfermizo;
le hace falta amar con todas las fuerzas;
porque nadie sabe lo que yo haría por estar amaneciendo en este puto momento con ella;
porque nadie sabe lo que daría por
sentir su mejilla en mis pezones,
porque nadie sabe ese coraje y esa impotencia que se siente no poder tocar su carne,
y que se le queme,
y que se le desgarre.

¡Maldita distancia!,
me las va a pagar,
me voy a salir con la mía,
y cuando esté con ella,
voy a maldecir cada pinche kilómetro,
y mientras le haga el amor,
voy a hacer que cuente uno a uno
cada día que no estuvimos juntos;
que los diga en voz alta,
que los grite en sus orgasmos;
y va a llorar…
juro por mi vida que va a llorar;
voy a sangrarle los labios,
voy a destrozarle el sexo,
voy a lamerle todo el cuerpo,
voy a arrancarle la piel con mis uñas,
voy a olfatearla hasta que se quede sin olor
porque todo lo voy a tener yo en mis narices;

voy a hacer que toda la espera,
haya valido la pena.

—Amor, teníamos una vida juntos.
—¿Qué nos pasó?

Esa vida ahora nos resulta tan fría y lejana. La simple idea de regresar nos estremece los huesos y nos sacude violentamente el corazón que tan lleno de nieve lo tenemos.

Quiero decirte que el sabor dulce del vino fue perfecto aquella noche en donde nuestros cuerpos colapsaron y de esas chispas se creó un incendio universal.

Sé feliz en invierno y en verano. Sé lo que quieras ser, pero sígueme amando, para que cuando menos te des cuenta, esté abrazándote por la espalda y susurrándote al oído: te olvidaste de que el mundo es redondo, tontita.

Y sonriamos juntos.

Mientras tanto, seguiré analizando cada una de las coordenadas que me da la noche para llegar a tu estela. A tu lugar. En ese que hace ni frío ni calor, que abriga y me dice que todo estará bien, aun sabiendo que he pasado toda la vida perdiendo.

—Cariño, ya no quiero seguir siendo un perdedor.
—Bésam…

Y antes de que terminara la palabra, terminé la oración con un beso en el cual le decía: te voy a querer en todas mis vidas, sé que la muerte lleva el color de tus labios.

—Por favor… Despierta. Abre los ojos. —Me pegó unos golpes en el pecho, dicho sea: mi corazón ya había dejado de latir.

Yo ya me encontraba mirándola a una distancia abismal, viendo cómo la tormenta cernía sobre ella, mientras ella estaba acurrucada sobre mi cuerpo sin vida. Aquel paisaje me pareció el más triste que jamás había leído en ningún libro.

—¿Por qué te fuiste?
—Sigo esperándote en tu próxima vida.

Esa tarde, a las cuatro en punto, el viento barrió algo más que su tristeza: mi recuerdo.
Morí por segunda vez.
Para siempre.

Me preguntaron qué había visto en ti. Me limité a sonreír. Un pirata jamás revela el contenido del tesoro. Y yo, siendo el pirata con el tesoro oculto más grande, no iba a dejar que te descubrieran.

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Me preguntaron qué había visto en ti. Me limité a sonreír. Un pirata jamás revela el contenido del tesoro. Y yo, siendo el pirata con el tesoro oculto más grande, no iba a dejar que te descubrieran.
Conoces las zapatillas que llevas puestas, no es la primera vez que te las pones. Ni la segunda. Y por eso al llegar a casa te las quitarás con la ayuda del otro pie, sin ni siquiera preocuparte por si se están ensuciando. Pero si fuera la primera vez que te las pones, te las quitarías delicadamente. Sólo si fuera la primera vez. Ahora no. Ahora llegas a casa después de un día agotador y tiras el bolso y el móvil en la cama, pero si fuera nuevo lo dejarías en la mesa y hasta tendrías miedo de que se rayara.

Y lo mismo pasa con las personas, con tu pareja, con tu familia. Sabemos que están allí, y dejamos de mirarlos como la primera vez. Han pasado a la historia las miradas del primer encuentro, y tener que pensar la frase perfecta antes de decirla. Hemos dejado de conquistar día a día. Porque ya no es nuevo. Porque se consume.
Consumimos objetos, ropa, viajes, espectáculos, experiencias y hasta consumimos personas. Y con las personas el amor. Y el amor no debe consumirse. Porque si fuera la primera vez que llamaras a alguien, no te quedarías callado al otro lado del teléfono, le preguntarías hasta el más mínimo detalle: hasta la ropa que lleva puesta. Si fuera la primera vez que vieras a esa persona, el perfume que llevara se te hubiera quedado grabado para recordarlo cuando os despidierais. Si fuera la primera vez que viajas, te acordarías del número de asiento donde estás sentado. Si fuera la primera vez que duermes junto a alguien, habrías cambiado las sábanas, perfumado la habitación y no os habríais dejado de abrazar en toda la noche.
Y lo mismo pasa con las últimas veces. Lo que pasa es que no sabemos cuándo será la última vez que vayamos a ver a alguien, o que vayamos a usar algo. Y continuamos actuando como si no pasara nada. Pero si fuera la última vez, ¿cuántas cosas cambiarías? Si fuera la última vez que pudieras escribir, dejarías una carta despidiéndote y agradeciendo a quien lo mereciera. Si fuera la última vez que lo fuera a ver, no dormirías. ¿Dónde irías si fuera la última vez que viajaras? ¿Lo has pensado? Pues ese destino que tienes en mente, es el que tienes que hacer. Y no esperes al último día para agradecerle algo a alguien. Los últimos días nunca están señalados en el calendario.
Pero yo te juro, que si fuera la última vez que te viera, te diría lo mismo que pienso en decirte cada día, solo que al final, nunca me atrevo.

La culpa es mía
por creer otra vez
en ti.
Por dejarme guiar
por tus moretones
y heridas.
Por dejarme lamer la herida
con tu saliva
cuando sabía que no era
la única salida.
Que había más por ver.
Soñar.
Esperar.
Añorar.

Que el camino se hacía pequeño
y que tú cada vez te hacías gigante.
Porque no supe guiarme
más allá de lo que mi corazón
empezó a sentir por ti:
que te quería.
Y yo lo negaba rotundamente.
Y un día me di cuenta de que estaba
loco por ti.

La culpa es mía por esperar que no doliera
cuando en mi historial estabas como la principal causa
de mis vistas atrás,
de mis laberintos sin salida,
de mis causas perdidas,
de mis folios en blanco
y de todas mis agonías.

De todas las mentiras,
el que me amabas era mi favorita:
fue como ponerme de diana
y que tú me dieras justo en el blanco.
A veces pienso que la vida es
como un raro viento violento y un diente de león:
en un segundo se va todo lo que sujetabas.

Ni modo, toca ser fuerte.
Pero la culpa es mía;
nunca tuya.
Yo la abracé,
la hice mía
y luego dormí en su cálido regazo,
tuve pesadillas de si algún día te irías
y luego vi el otro lado de la cama vacío,
haciendo invierno
y yo con un frío insoportable.

La culpa es mía por creer
de nuevo
en el amor.
Y seguirá siendo mía,
porque he decidido
siempre hacerlo.