Soy la Reina en mi Castillo, y nadie en todo el mundo sabe que me da miedo hasta el viento y que lloro los días alternos. Te echo de menos, pero si volvieras, podríamos encender velas e incienso, escuchar canciones viejas y hablar de mi luna y mis libros.
Te quiero, aunque por las noches tu imagen me pese como piedras en la garganta. Me quieres…. Y si al menos el viento no soplara confundiéndolo todo, aterrorizando a los animales… si tuviera un dragón que me diera fuego o una maldita mazmorra para haberte encerrado, entonces no necesitaría vestirme de reina.
Sería feliz solo con abrazarte a la noche, nos desayunaríamos pan con aceite; miraría hacia arriba los días de sol y flotaría en las noches de viento. Me rendiría a tus pies, a veces; y otras te rendirías tú, y jamás nos sentiríamos vencidos. Y a pesar de que no me llamaras «reina», y tan solo me dijeras «mi niña», yo poseería esa humilde e idiota felicidad absoluta de quien sabe que lo tiene todo.
Pero no te tengo, solo Te Quiero.