Archivos diarios: diciembre 21, 2015

Las letras son un eficaz remedio para curar el olvido, son el ancla que sostiene a las palabras para que no las aleje el viento, guardan lo que la memoria no alcanza a recordar, estimulan la imaginación, en ocasiones se llevan la tristeza y ayudan a bien dormir.

Estándar
Las letras son un eficaz remedio para curar el olvido, son el ancla que sostiene a las palabras para que no las aleje el viento, guardan lo que la memoria no alcanza a recordar, estimulan la imaginación, en ocasiones se llevan la tristeza y ayudan a bien dormir.

Me causa un escalofrío el hecho de pensar que, al final de esta canción, terminaremos siendo dos desconocidos. Y que jamás nos volveremos a mirar como si mirásemos la única salida de Roma, o como si fuésemos la única respuesta a todas las preguntas. Algo hay de cierto aquí: las personas una vez que se conocen del todo, utilizan todas sus fuerzas en intentar desconocer el infierno del otro. A nadie le gusta quemarse, mucho menos en fuegos ajenos. Pero, por ironía, a todos nos gusta el placer de morir: fumar, beber, amar. Nos gusta la muerte lenta y dolorosa.

Después de tantas verdades envueltas en una broma, o de las tantas mentiras que escuchamos cuando la mirada del otro intentaba apagar las luces de su habitación y dormir todo un septiembre, hasta que la tranquilidad llegase a ese corazón que tan dañado estaba tras la devastación.

¿Pero, cariño, acaso nosotros no estábamos tan dañados después de todo? ¿Cuánto daño nos hizo septiembre? Las heridas eran evidentes, aunque las intentáramos maquillar con una sonrisa que nada sabía de ser feliz.

A día de hoy no he encontrado un concepto que nos defina como merecemos, y he llegado a la conclusión que a algunas historias el final les queda demasiado corto para la altura de las páginas anteriores. Y todas las líneas que subrayamos con ánimos de no olvidarlas jamás, porque eran lo más parecido a nosotros.

Dicen que para cada historia hay un final, aunque a veces no es digno.

Te quiero, y no es excusa. No me estoy excusando de mis errores, ni de mis tropiezos. Te quiero, y lo sientes. Aunque ahora seamos desconocidos que se piensan cuando están a solas. E intentan apartar la mirada cuando se topan accidentalmente por la calle. Pero que sonríen cuando en la radio suena su canción y que por las noches comparten lágrimas con almohadas diferentes.

Ojalá hubiésemos vuelto a vernos en nuestra despedida. Ojalá una despedida sólo significase dejar ir, y no irse uno también. Y quedarse, después de todo, sin nada.

El lector tiene el defecto de enamorarse del personaje del libro. El personaje de libro tiene el defecto de no poder salir de allí.

Estándar
El lector tiene el defecto de enamorarse del personaje del libro. El personaje de libro tiene el defecto de no poder salir de allí.

Muchos detestan la televisión por la mierda de programas que ésta ofrece. En mi caso, la detesto no por los programas que ofrece, sino por el ruido interno que siempre tengo conmigo. En mi cabeza hay muchas voces que gritan al mismo tiempo. Gritan bazofias, gritan mierdas, gritan genialidades, gritan lo que se les da la puta gana, pero no se callan, o sí, sí se callan. Cuando se callan no es el ruido lo que me estorba, sino la lluvia de meteoros atiborrados de ideas que se da en mi mente. Es como prender varias radios al mismo tiempo y sintonizar cada una en una frecuencia distinta. Por eso detesto la televisión, por el ruido que representa. ¿Y la música?, no, la música logra que mi ruido inherente se mueva en un solo compás, de tal manera que las ideas, aunque sea en silencio, logren estar en la misma frecuencia durante un momento. La televisión la uso para ver películas y que el ruido descanse, pero nunca se va del todo, basta con que me impacte una pequeña idea de la película para que el ruido retorne con más bríos y me joda la mente.

Estándar

Toda la vida buscando el arma homicida
y me vengo a dar cuenta de que es tu mirada,
esa que derrocha poesía entre tanto verso
y la que te ve a ti arder desde que no te cuento
tu cuento favorito.
Y los monstruos parecen cobrar vida desde el papel.

Si después de tanto tiempo sigues calándome la herida,
curándome las noches de guerra conmigo mismo,
sigues siendo la pista de mis aterrizajes
cuando ya no tengo paisaje al que admirar ni contemplar
cuando me siento perdido.
Porque te regalé todos mis nortes
y me quedé sin ninguna pista de cómo ser encontrado.
Porque me perdiste
y me viste arder cuando, mientras amanecía, yo anochecía.
Porque me perdiste
y me viste brillar sin ti.
Pero lo que no sabes es que mientras más me alejaba,
más me apagaba.
Ahora soy una estrella que ha perdido su luz
y siempre la encuentra cuando te ve sonreír a lo lejos.

Creo que merezco algo que me destroce por completo.
Ven, sí, tú.
Porque hay personas como yo a las que nos aburre la calma,
así que prefieren la tormenta antes que el tormento
de escucharse a sí mismas cuando nadie más habla,
cuando nadie baila
y todo parece una escena sacada de una película de ciencia ficción.

Contigo empezó lo que conmigo terminó,
así que mírame bien a los ojos
cuando te hablo bajito,
cuando quiero pasar desapercibido en un mundo que arde en llamas
y es que tú no me llamas cuando necesito escuchar tu voz.
Y por eso estoy igual que él: ardiendo.

Me estoy acostumbrando a ser la canción que todos quieren olvidar,
a ser el viento que todo se lleva, pero que antes todo destruye,
porque soy tornado,
soy destrucción para quien, como tú, decide acercarse un poquito más.
Por masoquismo o por curiosidad.

Le pusiste mi nombre a tus ojeras,
pero yo le puse tu nombre al amor.