Archivos diarios: agosto 6, 2015

En algún lugar de un libro hay una frase esperándonos para darle un sentido a nuestra existencia.

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En algún lugar de un libro hay una frase esperándonos para darle un sentido a nuestra existencia.

El puto karma no existe
Tengo 36 años. Una esposa y dos hijas. Soy músico y mitad abogado. Claro, cuando el matrimonio se tornó engorroso, la música dejó de dar plata y mi esposa me obligó a estudiar algo de provecho, o sea algo que dé plata. No encontré mejor opción que el Derecho, no por alguna inclinación particular, sino por la diversidad de campos de empleo que este proporciona.

En este punto debo decir que mi vida actual es una mierda.

Ángela no ha querido divorciarse de mí solo por joderme la vida. Las mujeres suelen ser muy vengativas cuando se sienten heridas; planean, ejecutan y matan. No todas, o no sé, yo me refiero a las mujeres con las que me he encontrado en mi vida. No creo en el karma, y a pesar de de lo que me pasó sigo sin creer en él.

En mi adolescencia y juventud nunca tuve novia. Nada serio. Me dedicaba netamente a conquistar a las mujeres que ya tenían una relación seria. Mujeres casadas o mujeres que llevaban más de dos años con su pareja y que nadie creía que podrían traicionarla. Si no cumplían esos requisitos, no eran de mi interés. Me gustaba aquel juego del tira y afloja, ninguna mujer en sus cabales era capaz de ser infiel al primer intento, pero del aquel primer intento dependía todo lo demás. Debía ser ecléctico, ni tan comprometedor ni tan chapucero. El primer intento servía solo para dejar en el aire la posibilidad del engaño. La mujer tenía que pensarlo, sin hablar con nadie al respecto, incluso creo -con margen de error- que en la mayoría de los casos lograba que ellas sueñen conmigo, de la forma más húmeda posible. El siguiente paso era identificar las fortalezas y debilidades del huevón que tenían por novio. Sí, por más ridículo que parezca elaboraba un diagrama FODA de cada uno de los novios de mis víctimas, y a veces también de ellas. Tuve una efectividad del 80%. El 20% restante, irónicamente, nunca llegó al matrimonio; en cambio, del primer grupo, al menos la tercera parte están hasta el día de hoy felizmente casados, aunque el matrimonio sea por antonomasia un antónimo de felicidad.

Nunca me interesó ser el novio de alguien. Como amante tenía ventajas que los novios no tienen. Me evitaba los regalos mensuales, las llamadas constantes, los melodramas emocionales, las reuniones familiares y me evitaba, sobre todo, tener que actuar de una forma distinta que agrade a otras personas, solo para complacer a mi pareja. No digo que nunca lo haya intentado, lo hice durante un par de meses, pero me sentí como un perro en la selva, o mejor dicho como un león en una jaula. Todo se acabó y volví a mi vida de antes.

¿Cómo fue que me case?, es la pregunta que salta a la vista. Nada de lo que imaginan. Hace unos años necesitaba demostrar que tenía un hogar estable para poder ser el representante legal de mis hermanos menores de edad, ya que mis padres habían muerto. Ángela, que en aquel entonces era mi amiga, se ofreció a contraer matrimonio, solo para engañar a las personas que en nombre del Estado querían llevarse a un hogar de acogida a mis hermanos. Nos casamos sin mucha rimbombancia, el amor vino luego. Con el amor vinieron mis hijas, y con mis hijas empezó la debacle.

Engañé a mi esposa cuando íbamos casados cinco años. Nunca lo supo con certeza, pero siempre los presumió, y las presunciones son más efectivas que las certezas cuando de joder sentimientos se trata.

Dos años después del engaño, que duró ocho meses, me llegó un correo electrónico de mi esposa diciendo «Te espero en el Motel Soft a las cinco de la tarde.». El júbilo invadió mi cuerpo y mi vientre. Desde hace dos años no habíamos hecho el amor y aquel era el motel de nuestras reconciliaciones. Decidí ir temprano para estar cuatro y treinta en el motel. Tomé un taxi. El huevón que conducía no entendía el apremio que tenía por llegar, gracias a eso llegué cinco y cinco de la tarde. Luego de la puteada al taxista y la discusión por el pago, caminé hacia al motel.

Desde aquel día mi vida se volvió una mierda. Pienso que las personas no deberían tener hijos antes de los cuarenta años, a pesar del riesgo ginecológico que eso representa. Empecé a investigar sobre el huevón con el que mi esposa se encontró y folló ese día en el motel. Él era una copia exacta de mí: artista en decadencia, otra carrera universitaria que sustentaba lo que el arte no, cabello largo, contextura gruesa, etc. Era yo, pero más joven. Gozaba de las ventajas que durante años yo gocé con varias mujeres: él era el amante y sus reuniones con mi esposa se limitaban al coito y a unos cuantos besos.

Pedí el divorcio, no me lo quiso dar. Nunca le dije que descubrí su mentira. No tenía cara para hacerlo. Aguanté todo lo que implica ser engañado: la destrucción de mi ego, la mutilación psicológica de mi falo, el escarnio público frente a sus amistades, entre otras cosas. Quería largarme a la mierda, pero solo. Ella no lo quiso así. Las capitulaciones matrimoniales le beneficiaban en todo a ella. Siempre fui yo el de los trabajos inestables, a pesar de ello siempre llevé más dinero a casa, pero eso vale un carajo en Derecho: si no se puede demostrar no existe.

Vivo en la misma casa que ella. Compartimos dormitorio y cama. Fingimos ser una pareja estable, pero las máscaras se van al carajo junto con las posturas cuando nos encerramos en nuestra habitación. No tengo forma de salir. Mis hijas me necesitan. No creo estar pagando algo que hice, simplemente la vida es así. No he hecho música desde hace tiempo y sigo durmiendo con alguien que quiere ver cómo de a poco me destruyo.

El puto karma no existe, pero sí que jode.